NUESTRO DEBER HACIA LAS AUTORIDADES CIVILES

Es el deber de todo cristiano obedecer las legislaciones nacionales siempre que ellas no entren en conflicto con la ley de Dios. Romanos 13:1–7.

“Los diez mandamientos de Jehová son el fundamento de todas las leyes justas y buenas. Los que aman los mandamientos de Dios se atendrán a toda buena legislación nacional. Pero si los requerimientos de los gobernantes están en conflicto con las leyes de Dios, la única pregunta a ser resuelta es: ¿Obedeceremos a Dios, o al hombre?” —Testimonies, tomo 1, págs. 361, 362.

Los cristianos respetarán las autoridades (Tito 3:1; 1 Pedro 2:13, 14, 17), pagarán fielmente sus impuestos (Mateo 22:17–21; Romanos 13:7), y orarán por los hombres y mujeres en el gobierno, para que Dios pueda bendecir al país con justicia, orden, paz y libertad religiosa. 1 Timoteo 2:1–3.

La Palabra de Dios no nos permite tomar parte en planes políticos, actividades partidarias, disturbios, derramamiento de sangre, o guerra. Lucas 9:56; Juan 18:36; Mateo 26:51, 52; Éxodo 20:13; Romanos 12:18–21. Sin embargo, estamos preparados para contribuir al bienestar de la sociedad como objetores de conciencia, realizando trabajos de importancia nacional de una manera que no sea incoherente con nuestras creencias.

Es la voluntad de Dios que la justicia imparcial sea prestada a todos, para que pueda respetarse la conciencia religiosa de todo ciudadano. En caso de que nos pidan que actuemos contrariamente a un “Así dice Jehová”, debemos seguir el ejemplo de los siervos de Dios en el pasado — obedecer a Dios antes que a los hombres. Daniel 3:14–18; Hechos 4:18–20; 5:29.

“El estandarte de la verdad y de la libertad religiosa sostenido en alto por los fundadores de la iglesia evangélica y por los testigos de Dios durante los siglos que desde entonces han pasado, ha sido, para este último conflicto, confiado a nuestras manos. La responsabilidad de este gran don descansa sobre aquellos a quienes Dios ha bendecido con un conocimiento de su Palabra. Hemos de recibir esta Palabra como autoridad suprema. Hemos de reconocer los gobiernos humanos como instituciones ordenadas por Dios mismo, y enseñar la obediencia a ellos como un deber sagrado, dentro de su legítima esfera. Pero cuando sus demandas estén en pugna con las de Dios, hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres. La palabra de Dios debe ser reconocida sobre toda otra legislación humana. Un ‘Así dice Jehová’ no ha de ser puesto a un lado por un ‘Así dice la iglesia’ o un ‘Así dice el estado’. La corona de Cristo ha de ser elevada por sobre las diademas de los potentados terrenales.

“No se nos pide que desafiemos a las autoridades. Nuestras palabras, sean habladas o escritas, deben ser consideradas cuidadosamente, no sea que por nuestras declaraciones parezcamos estar en contra de la ley y del orden y dejemos constancia de ello. No debemos decir ni hacer ninguna cosa que pudiera cerrarnos innecesariamente el camino. Debemos avanzar en el nombre de Cristo, defendiendo las verdades que se nos encomendaron”.—Los Hechos de los Apóstoles, págs. 56, 57.

“En cada caso es nuestro deber obedecer las leyes de nuestro país, a menos que estén en conflicto con la ley superior que Dios pronunció con voz audible desde el Sinaí, y que grabó luego en piedra con su propio dedo. ‘Daré mi ley en sus entrañas, y escribiréla en sus corazones; y seré yo a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo’ (Jeremías 31:33). El que tiene la ley de Dios escrita en el corazón obedecerá a Dios antes que a los hombres, y desobedecerá a todos los hombres antes que desviarse en lo mínimo del mandamiento de Dios”.—Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 49.

“Nuestra obra consiste en magnificar y exaltar la ley de Dios. La verdad de la santa Palabra de Dios debe ser manifestada. Debemos enaltecer las Escrituras como norma de vida. Con toda modestia, con un espíritu de gracia y el amor de Dios, debemos indicar a los hombres que el Señor Dios es el Creador de los cielos y de la tierra, y que el séptimo día es reposo de Jehová.

“En el nombre del Señor hemos de avanzar, desplegar su estandarte y defender su Palabra. Cuando las autoridades nos ordenen que no hagamos esta obra; cuando nos prohíban proclamar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, entonces será necesario que digamos como los apóstoles: ‘Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios: porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído’ (Hechos 4:19, 20)”.—Ídem, pág. 46.

“Así nosotros reconocemos a Dios, y aceptamos su ley, el fundamento de su gobierno en el cielo y a lo largo de sus dominios terrenales. Su autoridad debe ser mantenida distinta y clara delante del mundo; y no debe reconocerse ninguna ley que se halle en conflicto con las leyes de Jehová. Si desafiando las disposiciones de Dios, se permite que el mundo ejerza su influencia sobre nuestras decisiones o nuestras acciones, el propósito de Dios es anulado. Por especioso que sea el pretexto, si la iglesia vacila aquí, se registra contra ella en los libros del cielo una traición de las más sagradas verdades y una deslealtad al reino de Cristo. La iglesia ha de sostener firme y decididamente sus principios ante todo el universo celestial y los reinos del mundo; la inquebrantable fidelidad en mantener el honor y el carácter sagrado de Dios atraerá la atención y la admiración aun del mundo, y muchos serán inducidos, por las buenas obras que contemplen, a glorificar a nuestro Padre que está en los cielos”.— Testimonios para los Ministros, págs. 16, 17.