La denominación Adventista del Séptimo Día, desde sus inicios, declaró su compromiso de obedecer los mandamientos de Dios y la fe en Jesús. Durante la Guerra Civil estadounidense, reafirmaron su posición contraria a la participación en la guerra y el derramamiento de sangre. Sin embargo, durante la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los adventistas se unieron al servicio militar, lo que llevó a la expulsión de un 2% que mantuvo la posición original.


La Iglesia Adventista del Séptimo Día en Alemania cambió su postura, justificando la participación en la guerra y el servicio militar el día sábado. Este cambio generó confusiones divisiones, llegando a la expulsión de aquellos que se apegaron a la posición original. Después de la guerra, los expulsados, cerca de 4,000 en total.

En 1926, se instaló la oficina de la Asociación General en este edificio
(Isernhagen, cerca de Hannover, Alemania), que fue vendido poco antes
de que las autoridades disolvieran el Movimiento Reformista en Alemania
(11 y 12 de mayo de 1936).

Sede de la Asociación General, Roanoke, Virginia, EE. UU., inaugurada en 1995

En 1925, representantes de varios países formaron la Iglesia Adventista del Septimo Día Movimiento de Reforma. Esta Iglesia busca mantener las enseñanzas originales de la Biblia y libros de espíritu de profecia. A lo largo de estos años, la IASDMR se trasladó a varios lugares, y actualmente su sede de la C.G está ubicada en Roanoke, Virginia. La IASDMR está presente 131 países y territorios.

COMIENZOS Y DESARROLLOS EN PERÚ

Nuestro mensaje (Isaías 58:1; Apocalipsis 3:14-20) llegó a Perú en 1930, cuando muchas almas sinceras vieron la urgente necesidad de una reforma. Habían oído acerca de la existencia de un movimiento de reavivamiento y reforma que estaba ganando terreno en otros países. Recibieron nuestras publicaciones de una forma providencial, y contactaron a nuestros hermanos por correspondencia. Cuando el hermano Kozel los visitó, encontró cierto número de almas interesadas.

El primer grupo de reformistas organizado en Perú (Lima, 1934).

Reunión de reformistas, Ascope, Perú, 1945.

En 1933, el hermano Laicovschi fue enviado a Perú, para asistir a los interesados. Su obra no fue fácil. Tuvo que enfrentar dificultades aparentemente insuperables. La agitación política que sacudía al país representaba un gran obstáculo y una seria amenaza para él. Contrajo la malaria, la cual lo postró tanto, que casi pierde la vida. Mientras se aplicaba los remedios naturales disponibles, poniendo su confianza enteramente en Dios, sus oraciones fueron escuchadas. No solo recuperó su salud, sino que también incrementó sus conocimientos prácticos en el campo de los tratamientos naturales, que lo capacitaron para ayudar a muchos otros.
La extrema pobreza fue otro obstáculo contra el cual el hermano Laicovschi tuvo que luchar. Los diezmos y las ofrendas de los hermanos y amigos eran muy limitados (insuficientes aún para cubrir los gastos de viaje). Por lo tanto, tuvo que trabajar sin salario durante algún tiempo. También tuvo que enfrentar mucha oposición tanto de la Iglesia Católica romana como también de la Iglesia Adventista. Sin embargo, aun bajo las circunstancias más desalentadoras, nunca mostró desánimo. Su gran paciencia, su inconmovible confianza en el Señor y su convicción firme en la verdad, influenciaron a muchas almas sinceras para que aceptaran el mensaje de reforma.
A medida que nuestra obra fue ganando terreno en el Perú, más y más obreros activos ayudaron a proclamar la verdad que trajo a la existencia al Movimiento de Reforma. Entre aquellos que hicieron grandes sacrificios en esa línea, deben ser recordados Manuel Rodríguez y Sergio Ortiz. Las adversidades y los peligros que tuvieron que enfrentar en la obra del Señor, les costó la vida. Pero trajeron a muchas almas al conocimiento de la verdad. José Carmen León y su esposa manifestaron igualmente un celoso espíritu misionero en los primeros años de la obra.

Sesión de la Unión en 1965

Sesión de la Unión, 1966

Lima, Perú, Bautismo, 1961

Coral de Trujillo, 1976

Escuela de la Iglesia (alrededor de 300 estudiantes), 1980

La obra en el Perú fue primeramente organizada como misión el 30 de marzo de 1934, y después como asociación el 12 de febrero de 1943, Perú fue incorporado a la Unión Norte (Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela), la que fue organizada el mismo día (12 de febrero de 1943). La Asociación Peruana fue registrada el 8 de septiembre de 1953. Por el año 1967 la Unión Norte pasó a llamarse Unión andina.
Se estableció una escuela misionera en Puente Piedra (cerca de Lima), Perú, en 1983. En 1987, la escuela fue transferida a Macabí, Paiján – Trujillo.

Seminario para obreros bíblicos y colportores, Lima, Perú, 1983

La extensión territorial, las fronteras políticas y el crecimiento de la membresía en esos países requirió de algunos pasos organizativos más. De acuerdo con eso, la obra en ese territorio fue subdividida en 1981 en dos uniones: Perú se convirtió en la Unión Peruana, y los otros tres países (Colombia, Ecuador y Venezuela) conformaron la Unión Andina.

BIOGRAFÍAS Y EXPERIENCIAS PERSONALES

Eugenio Laicovschi en el Perú
El hermano Laicovschi llegó a El Callao, Perú, en 1933, con 40 centavos de sol (moneda peruana) en su bolsillo. Eso apenas era suficiente para llevarlo a Lima, la capital. Tan pronto como él llegó allá, comenzó a caminar de lugar en lugar, visitando a la gente cuyas direcciones le habían sido dadas. El primer lugar de reunión en Lima fue en la casa de Amador Pérez, que era uno de los principales colaboradores de la obra en aquellos primeros días. El hermano Laicovschi se hospedó en su hogar por algún tiempo.
La primera conferencia en Perú fue celebrada en Lima, 1934, cuando el hermano Laicovschi fue ordenado al ministerio.
Mientras atendía a algunos interesados en el campo, el hermano Laicovschi cogió una infección en los ojos. Y su estado era en verdad tan serio y lamentable—estaba en gran peligro de perder completamente su visión—que un granjero fue movido a compasión y lo llevó a Lima en su avioneta privada.
Los cirujanos en el hospital querían quitarle inmediatamente un ojo, porque estaba sangrando y sobresalido de su cavidad. Con respecto al otro ojo, decidieron esperar, pero no parecían tener grandes esperanzas.
Bajo esas circunstancias, el hermano Laicovschi no podía leer, así que pidió a algunos de los hermanos que mirasen en los libros naturopáticos disponibles para buscar un tratamiento natural para su caso. Siguió entonces las indicaciones dadas y, por la gracia de Dios, el ojo que los médicos querían remover volvió a su lugar, pero su utilidad estaba irreparablemente perdida. El otro ojo mejoró. Mediante esa experiencia halló consuelo en las palabras de Pablo en 2 Corintios 12:9.
Mientras trabajaba en Perú, en zonas palúdicas, el hermano Laicovschi también se enfermó de malaria.
Pasó los últimos pocos años de su vida en los países de la Unión Andina (Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela). Después de una gira por Ecuador, Colombia y Venezuela, un viernes por la tarde, en Lima, él y otro hermano salieron a hacer una visita, para orar en favor de una persona enferma. Le hablaron palabras de ánimo y le dieron algunos consejos concernientes a los tratamientos naturales que debía emplear. Regresaron a la casa y todo parecía estar bien con el hermano Laicovschi. El sábado por la mañana, sin embargo, comenzó a sentirse enfermo y se dio cuenta de que ni siquiera podría asistir al culto. Así que pidió a otro hermano que asumiera el servicio religioso que él debía conducir. Pocos días después, el 20 de julio de 1978, entró al descanso hasta la mañana de la resurrección.

Mario Linares
Mario César Linares León, el mayor de cinco hijos, nació en Contumazá, Cajamarca, Perú, el 25 de noviembre de 1916. Como sus padres eran adventistas, él nació y fue educado en esa fe. A la edad de cinco años, aprendió a leer la Biblia. Desde su niñez era su costumbre orar, y mostró una inclinación notable por las cosas de Dios. Su madre le hablaba con frecuencia acerca de la obra de los colportores y obreros bíblicos, y en sus oraciones ella manifestaba un ferviente deseo—que él llegara a ser misionero y que por medio de su obra muchas almas fueran salvadas. Un día vino a su hogar un colportor y relató algunas de sus experiencias en el ministerio del colportaje. Mario era todos oídos. Estaba tan emocionado que se propuso servir al Señor como ganador de almas.
Aunque Mario entendía que las circunstancias no le permitirían asistir a un colegio misionero, se daba cuenta de que necesitaba adquirir alguna preparación para la obra. El arte de predicar sermones eficientemente fue una de las áreas a la cual prestó gran atención. Pensó que podía aprender alguna cosa de los buenos predicadores de cátedra, así que trató de imitarlos en sus propios programas de improvisado entrenamiento. Un día desapareció de la casa y su mamá comenzó a preocuparse. Su hermana lo encontró en un lugar aislado, de pie sobre una roca, y predicándoles a los árboles.
En 1933, cuando la obra de reforma comenzó en Perú, Mario y su madre estuvieron entre los primeros adventistas que se unieron al Movimiento de Reforma. Fue bautizado en 1936.
Mario mostró gran interés en la obra del colportaje. Estaba convencido de que esa obra va acompañada de una triple bendición: Lleva la luz a la gente que está pereciendo en las tinieblas. Abre muchas puertas para estudios bíblicos, lo que significa que más almas son traídas a Cristo; también es una fuente importante de ingresos para la iglesia. Y el mismo colportor es beneficiado de dos maneras: El campo de colportaje es una excelente escuela para jóvenes de ambos sexos. El entrenamiento que ellos reciben en esa escuela los prepara para llevar mayores responsabilidades y para defenderse en situaciones problemáticas de la vida. Y en muchos países los buenos colportores pueden lograr fácilmente ambas metas.
De acuerdo con su creencia y deseo, Mario entró en la obra de colportaje en 1939. Desde el principio fue un exitoso colportor y ganador de almas. Durante ocho años fue de puerta en puerta, de pueblo en pueblo, y de ciudad en ciudad, en su país de origen, distribuyendo libros, folletos y revistas conteniendo la verdad presente. Bajo grandes dificultades en Perú, sintió con frecuencia el llamado para cruzar la peligrosa jungla y los desiertos sin carreteras. Pero nunca se quejó. Después de eso sirvió al Señor como colportor haciendo la obra pionera en Ecuador por otros dos años. Su ministerio mediante el uso de la literatura trajo muchas almas al conocimiento de la verdad.
Mario tuvo muchas experiencias maravillosas. Un día entró en la oficina de una compañía importante y se acercó al gerente general, que era conocido como un hombre riguroso que no admitía vendedores ambulantes. Ese día el hombre parecía estar muy enojado. El joven colportor oró mentalmente a Dios todo el tiempo y el Señor le dio la disposición mental necesaria para enfrentar la situación. El gerente lo miró fijamente y, señalándolo con el dedo, le dijo con voz tajante:
“ ¡Ninguna palabra!”
Mario obedeció. No abrió su boca. Pero abrió su prospecto y le mostró al hombre los libros que estaba vendiendo. Al hombre le gustó la literatura y le preguntó:
“¿Cuánto cuestan estos libros?”
Sacando su bolígrafo, Mario le escribió el precio en una hoja de papel y se la mostró. El hombre le dijo:
“Yo quiero comprar estos libros. ¿Cómo puedo pedir una colección?”
Nuestro colportor le ofreció su bolígrafo al hombre y, sin decir una palabra, le mostró donde debía escribir su nombre en el prospecto.
A ¿Cuándo traerá usted los libros?”, preguntó.
Mario escribió la fecha de entrega ante los ojos del gerente.
Entonces, bajo las mismas circunstancias, Mario ofreció sus libros a los empleados. Cuando había terminado, el gerente le preguntó:
“Hombre, ¿qué sucede con usted? ¿Por qué no habla?”
“Usted me dijo que guardara silencio cuando entré y yo obedecí”, le explicó Mario. El hombre se sonrió.
En ese único día, en esa oficina, Mario vendió 24 colecciones de libros—más de lo que vendía normalmente en una semana andando de puerta en puerta. Agradeció a Dios por haberle dado la calma y la disposición mental necesarias en aquella ocasión.
En enero de 1948 Mario Linares asistió a una conferencia de la División Sudamericana en San Nicolás, Argentina. En esa ocasión fue ordenado al ministerio. Ese mismo año se casó con la hermana Celia Popp, de Argentina.
En 1950 se le confió al hermano Linares la dirección de la obra en la Unión Norte, la cual comprendía a Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. La Unión tenía su oficina en Lima, Perú. La responsabilidad puesta sobre sus hombros parecía ser muy agotadora, debido al extenso territorio de la Unión, la falta de recursos, la escasez de colaboradores calificados, la crisis que afectó grandemente al Movimiento de Reforma en esa región y otros factores. Pero continuó luchando como un soldado valiente que nunca huye de su puesto de deber.
La obra de colportaje no era solamente el gran objetivo misionero del hermano Linares. Él prestó mucha atención también al campo de la educación. Creía firmemente en la necesidad de establecer escuelas parroquiales. Nuestra primera escuela primaria en Perú, ahora tiene varias escuelas, colegios, fue establecida por él en Lima. La experiencia le demostró a él y a sus colaboradores que, en muchos casos, por medio de las escuelas, o más bien a través de los niños que asisten a ellas, los padres pueden ser alcanzados con el mensaje de salvación. Él creía que el Señor desea usar también a los niños cristianos en la conclusión de la obra, por lo tanto organizó la Sociedad Misionera Juvenil en Perú.
Hasta el fin de su vida, el hermano Linares permaneció firme en su fe en Cristo y en la verdad presente. Murió en 1966.

José C. León
Mientras J. C. León trabajaba en Colombia en 1947, pasó por una experiencia muy penosa que lo puso cara a cara con la muerte. El sacerdote de cierto pueblo le tendió una trampa, y fue solamente por la ayuda de Dios que él no cayó en ella. En la calle principal, algunas personas comenzaron a incitar a otros en contra de él, gritando, “¡Protestante! ¡Protestante!” Una multitud furiosa se reunió casi inmediatamente. El tímido sacerdote estaba ansioso por ver a la gente pusiera sus manos sobre el hermano León. Éste, para escapar, trató de correr hacia la alcaldía pero un hombre lo detuvo y lo golpeó en el hombro izquierdo, mientras que el sacerdote le obstruía el camino. El hermano León cobró valor y, con la ayuda de Dios, se abrió camino para entrar a la alcaldía por otra puerta, del otro lado del edificio, y fue directamente al alcalde.
El alcalde salió de su oficina y preguntó al sacerdote que estaba sucediendo. El sacerdote le dijo que la presencia de este hombre no era bienvenida en un pueblo tan fuertemente católico, por lo que se le debía exigir que se abstuviera de sus actividades protestantes y se marchara de aquel lugar inmediatamente. Y añadió que, de lo contrario, el pueblo lo mataría seguramente. Entonces el alcalde le dijo al hermano León que, basándose en esa denuncia, debía salir del pueblo antes que le sucediese algo. La turba callejera, frente a la alcaldía, había aumentado grandemente. Casi todos estaban en contra de él, solamente unos pocos parecían estar a su favor. En ese momento difícil, el hermano León dijo al alcalde: “Por favor, señor, deme una orden escrita firmada por usted. Quiero mostrarla a las más altas autoridades y preguntarles si la libertad de conciencia—esa libertad que ha costado tanto y por la cual han muerto multitudes—ha sido abolida en este país.” El alcalde le respondió que todavía había libertad, pero que no podía asumir ninguna responsabilidad en este caso, u ofrecerle la debida protección, porque no era posible detener a una multitud de personas con sentimientos fuertemente católicos. Le reiteró: “Yo no puedo ofrecerle garantías”, mientras que el sacerdote parecía hacerle muecas. El hermano oraba a Dios continuamente, sabiendo que en ese momento su vida estaba completamente en las manos del Señor, puesto que no tenía ninguna ayuda humana allí. Todavía estaba dentro del edificio cuando le dijo al alcalde: “Señor, permítame hacerle una pregunta: ¿Qué haría usted si yo reúno a mi gente con el propósito de apedrear al doctor? Usted lo defendería hasta lo último y, si fuera necesario, moriría con él. Bien, usted debe defenderme también de la misma forma en este momento. Yo enviaré un telegrama a la policía nacional en la capital, y no me moveré de aquí hasta que no obtenga una respuesta de Bogotá.” Entonces se excusó y subió las escaleras hacia la oficina de telégrafos, pero allí el operador también estaba en contra de él.
Al hermano León le parecía que todos sus esfuerzos serían en vano.
Entonces el alcalde llamó a dos policías armados que, juntamente con el sacerdote, acompañaron al hermano León al hogar de una de las personas interesadas. Sin embargo, antes de salir de la alcaldía, el hermano le preguntó al alcalde: “Señor, ¿quién puede creer que los santos están preparados para matar y que la religión de Cristo está en contra de todas las cosas buenas? Yo predico a Cristo y no perjudico a nadie. La doctrina cristiana enseña que nos debemos amar los unos a los otros.”
Cuando el hermano León, acompañado de dos policías, el sacerdote y una multitud de gente, llegaron al lugar donde vivían los hermanos interesados, el sacerdote comenzó a intimidar a nuestro hermano para que abandonara la idea de celebrar reuniones. Este le respondió con voz firme: “No tengo miedo de lo que los hombres me puedan hacer, porque Dios es mi auxilio cuando estoy en tribulación. Los hombres no pueden más que matar el cuerpo”. El cura amenazó al hermano con lincharlo, quien le dijo entonces: “Después que el acto haya sido consumado, los muertos ya nada saben. En este momento estoy interesado en su salvación y en la de esta multitud de personas. Y si el doctor desea que hablemos, comencemos con una oración.” Entonces ambos, tanto el sacerdote como el hermano León, se arrodillaron, y el pueblo tuvo el agrado de arrodillarse con ellos. El sacerdote comenzó repitiendo el Ave María y el hermano León le oró al Señor, nuestro Salvador. Cuando se levantaron de la oración, todo pareció haber cambiado.
Por tres noches hablaron públicamente sobre diversos temas en presencia de la multitud. El hermano León pudo presentar la verdad sin temor y Dios lo protegió de una forma maravillosa. Muchas personas vinieron desde grandes distancias para escucharlo gustosamente e inclusive para defenderlo. No fueron pocos los que pensaron que no conseguiría salir de aquel lugar con vida, pero, por la gracia de Dios, todo resultó de otra manera. (Adaptado de El Guardián del Sábado, julio-octubre de 1947.)

Marcelino León
Manuel Marcelino León Casavalente tenía alrededor de treinta años de edad cuando, como católico, se interesó en la verdad. Era agricultor y vivía en su rancho en Paiján, cerca de Trujillo, Perú, donde estaba postrado en cama y desahuciado por los médicos.
En aquellos días difíciles, dos de nuestros colportores llegaron a su casa por primera vez. El Señor les dio sabiduría, poniéndoles palabras de esperanza y ánimo en sus labios. “Hay un médico”, dijeron, “que puede curar todas las enfermedades del cuerpo y del alma.” Él quiso saber más acerca de ese doctor, por lo que añadieron: “Su nombre es Jesucristo.” Su esperanza de recuperación revivió. Comenzó a ver la luz al final del túnel. En la providencia del Señor, parecía que su problema de salud lo había preparado para abrir la puerta y mostrar interés.
Por lo tanto, compró los libros que le ofrecieron y puso inmediatamente en práctica los consejos de salud que le dieron. Hizo una dieta especial que incluía el jugo de cuarenta naranjas cada día, durante dos semanas. Al final de esa primera etapa del tratamiento, ya pudo levantarse de la cama y caminar una corta distancia. Animado grandemente, siguió las instrucciones recibidas y continuó el mismo régimen por otras dos semanas. Éxito completo. Eso sucedió en 1945 ó 1946. Su familia y él estaban muy agradecidos a Dios. Lo que las sofisticadas prescripciones médicas con sus fórmulas químicas fueron incapaces de realizar, fue logrado con los sencillos remedios que Dios ha provisto en los productos de la naturaleza.
Marcelino se convenció de que Dios tenía más bendiciones reservadas para él y su familia, así que les dijo a los dos colportores que se sentiría feliz de recibir más estudios bíblicos. Fue bautizado en 1947 y en 1948 fue ordenado al ministerio.
Poco después, aconteció una calamidad en su familia: Su esposa murió en 1949, dejándolo viudo con tres hijos. En 1951 se volvió a casar.
En su obra como ministro, el hermano León tuvo que enfrentar frecuentemente grandes dificultades. Había muchos grupos y miembros aislados en Perú y Bolivia, y los fondos para cubrir los salarios y los gastos de viaje eran muy escasos. Por lo tanto, trabajó como ministro a tiempo parcial, sin salario, durante los primeros diez años. Y después trabajó en la Asociación Peruana a tiempo completo durante unos quince años, cuando ese país formaba parte de la Unión Norte y Andina [Sudamericana].
Perú se reorganizó como la Unión Peruana. Los otros tres países (Ecuador, Colombia, Venezuela) de la anterior Unión Norte se reorganizaron separadamente de Perú, formando la Unión Andina (1981). En esa época el hermano León estableció su oficina en Ambato, Ecuador, y trabajó como presidente de la Unión Andina por algunos años.
El hermano León se jubiló en 1988, regresando a su rancho en Paiján, Perú, pero todavía continuó prestando sus servicios ministeriales voluntariamente, viajando, predicando y dando estudios bíblicos.
Durante sus muchos años de trabajo ministerial, el hermano León tuvo algunas experiencias interesantes. En una ocasión, en 1982 o 1983, viajaba en un autobús con destino a Lago Agrio, en la selva de Ecuador. En ese local se había programado una conferencia y los hermanos lo estaban esperando. En un puesto de control, un oficial de la policía ordenó que todos los extranjeros bajaran del autobús y se presentaran en la oficina de control con sus documentos en mano. Como ciudadano peruano, el hermano León tenía que pasar por una investigación especial, porque en aquellos días había un problema fronterizo entre Ecuador y Perú. Así que fue puesto en un jeep con sus pertenencias y fue llevado a la oficina central, en medio de una guarnición, distante unos 28 kilómetros de la parada del autobús.
“¿Ha sido usted alguna vez soldado?” le preguntó el oficial a cargo del interrogatorio.
“Sí.”
“¿A qué rango ascendió usted?”
“Sargento segundo.”
“¿Sabe usted manejar armas?”
“Sí, lo sé. Y tengo una. Es una espada de doble filo.”
“¿La porta consigo?”
“Esta es el arma del cristiano,” dijo el hermano León, mientras sacaba su Biblia y explicaba su obra.
Después de haberlo escuchado, el oficial le dijo que se podía ir.
“Disculpe,” le dijo el hermano León, “¿Cómo me puedo ir desde aquí? Estoy lejos, apartado de mi ruta, mi autobús se fue y no tengo auto. Además, hay gente esperándome en la terminal de autobuses y tengo que dirigir una conferencia.”
El jefe de los oficiales consideró el problema de nuestro hermano y ordenó entonces a dos soldados que lo pusieran en un vehículo y lo llevaran al lugar a donde tenía que ir. En el camino tuvo la oportunidad de testificarles.