EL SERVICIO DE LA COMUNIÓN
A. EL LAVAMIENTO DE LOS PIES
Durante la última reunión de Cristo en el aposento alto con sus discípulos antes de que padeciera, él tenía mucho que decirles. Esto es registrado en Juan capítulos 13–16. La solemne ocasión fue la última Pascua que simbolizaba su muerte por los pecados del mundo.
Antes que los emblemas del cuerpo y de la sangre de Cristo fueran distribuidos entre los discípulos, Cristo lavó sus pies. “Por el acto de nuestro Señor, esta ceremonia humillante fué transformada en rito consagrado”. (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 605).
El propósito de este rito, que es obligatorio para todos los cristianos, es llevar a los participantes a escudriñar su corazón, ver sus propias raíces de amargura y otros defectos de carácter, y aclarar malentendidos entre los hermanos y hermanas. Juan 13:1–17.
“Este rito es la preparación indicada por Cristo para el servicio sacramental. Mientras se alberga orgullo y divergencia y se contiende por la supremacía, el corazón no puede entrar en comunión con Cristo. No estamos preparados para recibir la comunión de su cuerpo y su sangre. Por esto, Jesús indicó que se observase primeramente la ceremonia conmemorativa de su humillación”.— Ídem.
“El objetivo de este servicio es llamar la atención hacia la humildad de nuestro Señor, y las lecciones que dio lavando los pies de sus discípulos. En el hombre hay una predisposición a estimarse superior a su hermano, a trabajar para sí mismo, a servirse a sí mismo, a buscar el lugar más elevado; y a menudo las malas sospechas y la amargura de espíritu surgen repentinamente a partir de meras insignificancias. Este rito, que precede a la Cena del Señor, debe disipar estos malentendidos, expulsar al egoísmo del hombre, derribándolo de su pedestal de exaltación propia, a la humildad de espíritu que lo llevará a lavar los pies de su hermano. . .
“El rito del lavamiento de los pies fue ordenado especialmente por Cristo, y en estas ocasiones el Espíritu Santo está presente para dar testimonio y poner su sello sobre ésta ceremonia. Él viene para convencernos y ablandar el corazón. Él atrae a todos los creyentes, y unifica sus corazones. Ellos deben sentir que Cristo está realmente presente para limpiar la suciedad acumulada que aparta de él los corazones de los hijos de Dios”.—The Review and Herald, 22 de junio de 1897.
“Solemnemente, Cristo dijo a Pedro: ‘Si no te lavare, no tendrás parte conmigo’ (Juan 13:8). El servicio que Pedro rechazaba era figura de una purificación superior. Cristo había venido para lavar el corazón de la mancha del pecado. Al negarse a permitir a Cristo que le lavase los pies, Pedro rehusaba la purificación superior incluida en la inferior. Estaba realmente rechazando a su Señor”.—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 602.
“El ejemplo de lavar los pies de sus discípulos fue dado para beneficio de todos los que debían creer en él. Cristo les ordenó que siguieran su ejemplo. Este humilde rito no sólo fue designado para probar su humildad y fidelidad, sino para mantener presente en su memoria que la redención de su pueblo fue comprada en condiciones de humildad y continua obediencia de su parte”.—The Spirit of Prophecy, tomo 1, pág. 202.
“Los 144,000 estaban todos sellados y perfectamente unidos. En su frente llevaban escritas estas palabras: ‘Dios, nueva Jerusalén’, y además una brillante estrella con el nuevo nombre de Jesús. Los impíos se enfurecieron al vernos en aquel santo y feliz estado, y querían apoderarse de nosotros para encarcelarnos, cuando extendimos la mano en el nombre del Señor y cayeron rendidos en el suelo. Entonces conoció la sinagoga de Satanás que Dios nos había amado, a nosotros que podíamos lavarnos los pies unos a otros y saludarnos fraternalmente con ósculo santo, y ellos adoraron a nuestras plantas”.—Primeros Escritos, pág. 15.
“El saludo santo mencionado en el Evangelio de Jesucristo por el apóstol Pablo debe considerarse siempre en su verdadero carácter. Es un beso santo. Debe ser tenido por señal de compañerismo con amigos cristianos cuando ellos se separan, y cuando se vuelven a encontrar después de una separación de semanas o meses. En 1 Tesalonicenses 5:26 Pablo dice: ‘Saludad a todos los hermanos con ósculo santo’. En el mismo capítulo nos recomienda que nos abstengamos de toda apariencia de mal. No puede haber apariencia de mal cuando el ‘ósculo santo’ se da en el momento y el lugar apropiados”.— Ídem, pág. 117.
B. LA CENA DEL SEÑOR
La Cena del Señor, conocida como la comunión, es el monumento conmemorativo del sacrificio de Cristo; también señala hacia su segunda venida. Este servicio reemplaza el servicio anual de la Pascua en la dispensación del Antiguo Testamento (Mateo 26:28, 29), pero debe ser practicado más frecuentemente, en armonía con las instrucciones de nuestro Señor a través del apóstol Pablo. 1 Corintios 11:26.
Mediante la Cena del Señor participamos en los emblemas del cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesús y expresamos nuestra creencia y aceptación de su muerte en la cruz como la única provisión para nuestra salvación. Juan 6:53–56, 63; Romanos 5:10.
Dado que la levadura y la fermentación son a menudo llamados símbolos del pecado (1 Corintios 5:7, 8), el pan de la Pascua tenía que ser ácimo y el vino pascual sin fermentar (Isaías 65:8). Con ese mismo pan y vino Cristo instituyó el servicio de la comunión.
Como la Cena del Señor es un símbolo de nuestro compañerismo con Cristo y entre nosotros (“la comunión del cuerpo de Cristo”), solamente los miembros de este cuerpo visible, su iglesia organizada en la tierra, participan en el servicio del rito. Éxodo 12:48; 1 Corintios 10:16, 17; 12:12, 18, 20, 22.
Una preparación espiritual —que abarca escudriñamiento de corazón, arrepentimiento, confesión, reconciliación y unidad de fe (Efesios 4:3, 4)— es requerida antes de que podamos participar en el rito de la Cena del Señor. 1 Corintios 11:18–20, 27–29.
Compartiendo el pan y el vino, demostramos nuestro arrepentimiento por el pecado y la aceptación de Cristo como nuestro Salvador personal. La cena de la comunión conmemora el sufrimiento y la muerte de Jesús y fortalece la iglesia como un cuerpo, preservándola en mansedumbre, amor y unidad.
“Al participar con sus discípulos del pan y del vino, Cristo se comprometió como su Redentor. Les confió el nuevo pacto, por medio del cual todos los que le reciben llegan a ser hijos de Dios, coherederos con Cristo. Por este pacto, venía a ser suya toda bendición que el cielo podía conceder para esta vida y la venidera. Este pacto había de ser ratificado por la sangre de Cristo. La administración del sacramento había de recordar a los discípulos el sacrificio infinito hecho por cada uno de ellos como parte del gran conjunto de la humanidad caída”.—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 613.
“Es recibiendo la vida derramada por nosotros en la cruz del Calvario como podemos vivir la vida santa. Y esta vida la recibimos recibiendo su Palabra, haciendo aquellas cosas que él ordenó. Así llegamos a ser uno con él. ‘El que come mi carne —dice él— y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí’ (Juan 6:54, 56, 57). Este pasaje se aplica en un sentido especial a la santa comunión. Mientras la fe contempla el gran sacrificio de nuestro Señor, el alma asimila la vida espiritual de Cristo”.—Ídem, págs. 615, 616.
“La salvación de los hombres depende de una aplicación constante en sus corazones de la sangre limpiadora de Cristo. Por lo tanto, la Cena del Señor no sólo debería ser observada de vez en cuando o anualmente, sino más frecuentemente que la Pascua anual”. —The Spirit of Prophecy, tomo 1, pág. 203.“Nuestro Salvador dijo: ‘Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. . . Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida’ (Juan 6:53–55). Esto es verdad acerca de nuestra naturaleza física. A la muerte de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El pan que comemos ha sido comprado por su cuerpo quebrantado. El agua que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. Nadie, santo, o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por el cuerpo y la sangre de Cristo. La cruz del Calvario está estampada en cada pan. Está reflejada en cada manantial. Todo esto enseñó Cristo al designar los emblemas de su gran sacrificio. La luz que resplandece del rito de la comunión realizada en el aposento alto hace sagradas las provisiones de nuestra vida diaria. La despensa familiar viene a ser como la mesa del Señor, y cada comida un sacramento”.—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 615.