EL SANTUARIO
El Señor dirigió a los israelitas para construir un santuario, o tabernáculo, que era una figura de la sagrada morada de Dios. Éxodo 25:8; Salmo 77:13. Estaba compuesto de un atrio con un altar de ofrendas quemadas y una fuente donde los sacerdotes se lavaban antes de entrar en el santuario. El tabernáculo propiamente dicho contenía dos departamentos, el lugar santo y el lugar santísimo. El servicio de los sacerdotes relacionado con el santuario era una representación de la obra de Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, en el verdadero tabernáculo “que levantó el Señor, y no el hombre”. Hebreos 8:1–5; 9:19–28. En ocasión de su ascensión al cielo, Cristo empezó su ministerio de intercesión en el lugar santo del santuario celestial donde, durante más de 1800 años, ofreció los méritos de su sangre como una expiación por todos los pecados confesados. Juan 1:29; Romanos 5:8–11; 8:34. En 1844, según la profecía de Daniel 8:14, Cristo entró en la segunda y última fase de su ministerio en el lugar santísimo para purificarlo de los pecados de los pecadores arrepentidos. Esta obra también se denomina el juicio investigador. Apocalipsis 11:18, 19; 20:12; 22:12. Aunque la vida de todos los que tienen sus nombres escritos en el libro de la vida, ya sean muertos o vivos, será examinada, sólo los que han confesado y abandonado sus pecados permanecerán con sus nombres en el libro de la vida y sus pecados borrados de los libros de registro. Daniel 7:9–14; 1 Pedro 4:17, 18.
Cuando Cristo, a través de los méritos de su propia sangre, quite el registro de los pecados de sus hijos fieles del santuario al final del período de prueba (Apocalipsis 22:11, 12), colocará esos pecados sobre Satanás, el chivo expiatorio, quien, al ser ejecutado el juicio, debe llevar la responsabilidad final por todos los pecados que él ha hecho cometer a los santos. Levítico 16:8–10, 21, 22.
“Como pueblo, debemos ser estudiantes fervorosos de la profecía; no debemos descansar hasta que entendamos claramente el tema del santuario, que ha sido presentado en las visiones de Daniel y de Juan. Este asunto arroja gran luz sobre nuestra posición y nuestra obra actual, y nos da una prueba irrefutable de que Dios nos ha dirigido en nuestra experiencia pasada. Explica nuestro chasco de 1844, mostrándonos que el santuario que había de ser purificado, no era la tierra, como habíamos supuesto, sino que Cristo entró entonces en el lugar santísimo del santuario celestial, y allí está realizando la obra final de su misión sacerdotal, en cumplimiento de las palabras del ángel comunicadas al profeta Daniel: ‘Hasta dos mil y trescientos días de tarde y mañana; y el santuario será purificado’ ”.—El Evangelismo, pág. 166.
“El pueblo de Dios debería comprender claramente el asunto del santuario y del juicio investigador. Todos necesitan conocer por sí mismos el ministerio y la obra de su gran Sumo Sacerdote. De otro modo, les será imposible ejercitar la fe tan esencial en nuestros tiempos, o desempeñar el puesto al que Dios los llama. Cada cual tiene un alma que salvar o que perder. Todos tienen una causa pendiente ante el tribunal de Dios”.—El Conflicto de los Siglos, pág. 542.
“La correcta comprensión del ministerio del santuario celestial es el fundamento de nuestra fe”.—El Evangelismo, pág. 165.
“Estamos viviendo ahora en el gran día de la expiación. Cuando en el servicio simbólico el sumo sacerdote hacía la propiciación por Israel, todos debían afligir sus almas arrepintiéndose de sus pecados y humillándose ante el Señor, si no querían verse separados del pueblo. De la misma manera, todos los que desean que sus nombres sean conservados en el libro de la vida, deben ahora, en los pocos días que les quedan de este tiempo de gracia, afligir sus almas ante Dios con verdadero arrepentimiento y dolor por sus pecados. Hay que escudriñar honda y sinceramente el corazón. Hay que deponer el espíritu liviano y frívolo al que se entregan tantos cristianos de profesión. Empeñada lucha espera a todos aquellos que quieran subyugar las malas inclinaciones que tratan de dominarlos. La obra de preparación es obra individual. No somos salvados en grupos. La pureza y la devoción de uno no suplirá la falta de estas cualidades en otro. Si bien todas las naciones deben pasar en juicio ante Dios, sin embargo él examinará el caso de cada individuo de un modo tan rígido y minucioso como si no hubiese otro ser en la tierra. Cada cual tiene que ser probado y encontrado sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante.
“Solemnes son las escenas relacionadas con la obra final de la expiación. Incalculables son los intereses que ésta envuelve. El juicio se lleva ahora adelante en el santuario celestial. Esta obra se viene realizando desde hace muchos años. Pronto — nadie sabe cuándo— les tocará ser juzgados a los vivos. En la augusta presencia de Dios nuestras vidas deben ser pasadas en revista. En éste más que en cualquier otro tiempo conviene que toda alma preste atención a la amonestación del Señor: ‘Velad y orad: porque no sabéis cuándo será el tiempo’ (Marcos 13:33). ‘Y si no velares, vendré a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti’ (Apocalipsis 3:3).“Cuando quede concluida la obra del juicio investigador, quedará también decidida la suerte de todos para vida o para muerte. El tiempo de gracia terminará poco antes de que el Señor aparezca en las nubes del cielo. Al mirar hacia ese tiempo, Cristo declara en el Apocalipsis: ‘¡El que es injusto, sea injusto aún; y el que es sucio, sea sucio aún; y el que es justo, sea justo aún; y el que es santo, sea aún santo! He aquí, yo vengo presto, y, mi galardón está conmigo, para dar la recompensa a cada uno según sea su obra’ (Apocalipsis 22:11, 12)”.—El Conflicto de los Siglos, págs. 544, 545.