El Plan de la Redención

A través del pecado, hombres y mujeres estaban separados de Dios, la Fuente de vida; y, a menos que fueran beneficiados con la provisión hecha para su restauración, debían padecer la muerte eterna (extinción). Isaías 59:2 (compárese con Juan 1:4); Romanos 5:12; 6:23 (primera parte). Pero no tienen que perecer, a menos que así lo quieran. A través de Cristo, es posible retornar a Dios, y disfrutar la vida eterna (Juan 6:35, 40, 47, 48; 14:6).

Mediante la muerte en la cruz por nuestros pecados, Cristo nos redimió de la sentencia de muerte pronunciada por la santa Ley de Dios que hemos transgredido. Pero además, Cristo nos imparte poder divino para combinarse con el esfuerzo humano. Así, por la fe en Cristo (cuando aceptamos su vida y su muerte por nosotros, y nos ponemos bajo la dirección de su Espíritu), y por el arrepentimiento y conversión, recuperamos lo que fue perdido por nuestros primeros padres.

El plan de redención fue motivado por el amor de Dios hacia la raza caída. Fue hecha plena provisión para nuestra salvación. Génesis 3:15; Isaías 12:2; 45:22.

La acusación que los fariseos lanzaron contra Cristo, “Este a los pecadores recibe”, es nuestra gran esperanza. Lucas 15:2; Juan 3:15; 1 Timoteo 1:15; 1 Corintios 15:3; 1 Tesalonicenses 5:9, 10; Tito 3:3–8.

“En vez de tratar de establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su obediencia es aceptada en nuestro favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu Santo producirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos obedeciendo a la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo”. —Patriarcas y Profetas, pág. 389.

“El corazón orgulloso lucha para ganar la salvación; pero tanto nuestro derecho al cielo como nuestra idoneidad para él, se hallan en la justicia de Cristo. El Señor no puede hacer nada para sanar al hombre hasta que, convencido éste de su propia debilidad y despojado de toda suficiencia propia, se entrega al dominio de Dios. Entonces puede recibir el don que Dios espera concederle. De nada es privada el alma que siente su necesidad. Ella tiene acceso sin reserva a Aquel en quien mora toda la plenitud”.—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 267.

A. GRACIA, FE Y OBRAS

La Gracia

La gracia es “el don de Dios”. Es un “favor inmerecido”. Efesios 2:8; Romanos 5:20, 21; 6:23.

La gracia no es una licencia para que el hombre continúe en el pecado (Romanos 6:1, 2; Gálatas 2:17, 18; Juan 8:11; Hebreos 10:26–29; 1 Juan 3:3–10), sino una provisión, un poder, para que pueda rendir obediencia a Dios. Los que obedecen al Señor ya no están más “bajo [el castigo o condenación de] la ley” (Romanos 6:14, 15). Están bajo la gracia de Cristo que les permite obedecer los mandamientos del Omnipotente. 1 Corintios 15:10; 2 Timoteo 2:1 (compárese con Efesios 6:10); Efesios 2:8–10; Filipenses 2:13; 4:13; Tito 2:11, 12; 1 Juan 3:22; 5:3.

“La gracia que Cristo derrama en el alma es la que crea en el hombre enemistad contra Satanás. Sin esta gracia transformadora y este poder renovador, el hombre seguiría siendo esclavo de Satanás, siempre listo para ejecutar sus órdenes. Pero el nuevo principio introducido en el alma crea un conflicto allí donde hasta entonces reinó la paz. El poder que Cristo comunica habilita al hombre para resistir al tirano y usurpador. Cualquiera que aborrezca el pecado en vez de amarlo, que resista y venza las pasiones que hayan reinado en su corazón, prueba que en él obra un principio que viene enteramente de lo alto”.—El Conflicto de los Siglos, pág. 560.

“La mayor manifestación que hombres y mujeres pueden hacer de la gracia y poder de Cristo, se revela cuando el hombre natural llega a participar de la naturaleza divina y, por el poder que imparte la gracia de Cristo, vence la corrupción que existe en el mundo por la concupiscencia”.— Consejos para los Maestros, Padres yAlumnos, pág. 238.

“El único poder que puede crear o perpetuar la paz verdadera es la gracia de Cristo. Cuando ésta esté implantada en el corazón, desalojará las malas pasiones que causan luchas y disensiones”.—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 270.

“Sin la gracia de Cristo, el pecador está en una condición desvalida. No puede hacer nada por sí, pero mediante la gracia divina se imparte al hombre poder sobrenatural que obra en la mente, el corazón y el carácter. Mediante la comunicación de la gracia de Cristo, el pecado es discernido en su aborrecible naturaleza y finalmente expulsado del templo del alma. Mediante la gracia, somos puestos en comunicación con Cristo para ser asociados con él en la obra de la salvación”.—Mensajes Selectos, tomo 1, págs. 429, 430.

La Fe

El hombre es salvo por la gracia a través de la fe. Juan 3:14–16; Hechos 15:11; Efesios 2:8, 9; 2 Timoteo 3:15.

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).

“Así que la fe es por el oir, y el oir, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17).

“Por la fe, recibimos la gracia de Dios; pero la fe no es nuestro Salvador. No nos gana nada. Es la mano por la cual nos asimos de Cristo y nos apropiamos sus méritos, el remedio por el pecado. Y ni siquiera podemos arrepentirnos sin la ayuda del Espíritu de Dios. La Escritura dice de Cristo: ‘A éste ha Dios ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados’ (Hechos 5:31). El arrepentimiento proviene de Cristo tan ciertamente como el perdón.

“¿Cómo hemos de salvarnos entonces? ‘Como Moisés levantó la serpiente en el desierto’, así también el Hijo del hombre ha sido levantado, y todos los que han sido engañados y mordidos por la serpiente pueden mirar y vivir. ‘He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’ (Juan 1:29). La luz que resplandece de la cruz revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no resistimos esta atracción, seremos conducidos al pie de la cruz arrepentidos por los pecados que crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad de Cristo”.—El Deseado de Todas las Gentes, pág. 147.

Las Obras

Uno de los propósitos del plan de redención es hacer que dejemos de confiar en nuestras propias obras de justicia. Lucas 16:15; 2 Timoteo 1:9; Gálatas 2:16; Tito 3:4–7; Romanos 3:27, 28; Hebreos 4:10.

La razón es que las únicas obras de justicia que podemos hacer sin Cristo son pecado. Isaías 64:6; Romanos 14:23; Lucas 18:11, 12; Marcos 7:6–13.

Dios se propone cambiar diariamente nuestro corazón pecador, entonces Cristo produce sus obras en nosotros. Nuestra fe deberá estar llena de buenas obras, porque “la fe sin obras es muerta”. Isaías 26:12; 1 Corintios 15:31; Gálatas 2:20; 5:22, 23; Santiago 2:20–22.

La obra de la justicia de Cristo en nuestro corazón renovado por el Espíritu Santo se convierte en nuestra justicia. Apocalipsis 19:8.

B. LA JUSTICIA IMPUTADA Y LA JUSTICIA IMPARTIDA

La Justificación

Cuando, por fe, los pecadores vienen a Cristo tal como son y confiesan sus pecados, entonces los méritos de la vida de Cristo son acreditados en su favor, y son perdonados gratuitamente a través de los méritos de la sangre de Cristo. 1 Juan 1:9; Romanos 3:23–26, 31; 5:1, 9, 10, 16–19; Gálatas 2:16; 3:24; 2 Corintios 5:19, 21.

“Todo lo que el hombre puede posiblemente hacer para su propia salvación, es aceptar la invitación: ‘El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente’. No hay pecado que el hombre pueda cometer que no haya sido pagado en el Calvario. De esa manera la cruz ofrece continuamente al pecador, en fervientes exhortaciones, una expiación plena”.—Comentario Bíblico ASD [Comentarios de Elena G. de White], tomo 6, pág. 1071.

“Cuando Dios perdona al pecador, le condona el castigo que merece y lo trata como si no hubiera pecado, lo recibe dentro del favor divino y lo justifica por los méritos de la justicia de Cristo. El pecador sólo puede ser justificado mediante la fe en la expiación efectuada por el amado Hijo de Dios, que se convirtió en un sacrificio por los pecados del mundo culpable. Nadie puede ser justificado por ninguna clase de obras propias. Puede ser liberado de la culpabilidad del pecado, de la condenación de la ley, del castigo de la transgresión sólo por virtud de los sufrimientos, muerte y resurrección de Cristo. La fe es la única condición por la cual se puede obtener la justificación, y la fe implica no sólo creer, sino confiar”.—Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 456.

“La fe es la condición por la cual Dios ha visto conveniente prometer perdón a los pecadores. No es que haya virtud alguna en la fe, que haga merecer la salvación, sino porque la fe, aferrándose a los méritos de Cristo, proporciona el remedio para el pecado. La fe puede presentar la perfecta obediencia de Cristo en lugar de la transgresión y la apostasía del pecador. Cuando el pecador cree que Cristo es su Salvador personal, entonces, de acuerdo con la promesa infalible de Jesús, Dios le perdona su pecado y lo justifica gratuitamente. El alma arrepentida comprende que su justificación viene de Cristo que, como su sustituto y garantía, ha muerto por ella, y es su expiación y justificación”.— Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 430.

“¡Cuán fuertes son la verdadera fe y la verdadera oración! Son como dos brazos por los cuales el suplicante humano se asiese del poder del Amor Infinito”.—Obreros Evangélicos, pág. 273.

“Por la misma fe podemos recibir curación espiritual. El pecado nos separó de la vida de Dios. Nuestra alma está paralizada. Por nosotros mismos somos tan incapaces de vivir una vida santa como aquel lisiado lo era de caminar. Son muchos los que comprenden su impotencia y anhelan esa vida espiritual que los pondría en armonía con Dios; luchan en vano para obtenerla. En su desesperación claman: ‘¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?’ (Romanos 7:24). Alcen la mirada estas almas que luchan presa de la desesperación. El Salvador se inclina hacia el alma adquirida por su sangre, diciendo con inefable ternura y compasión: ‘¿Quieres ser sano?’ El os invita a levantaros llenos de salud y paz. No esperéis hasta sentir que sois sanos. Creed en su palabra, y se cumplirá. Poned vuestra voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar de acuerdo con su palabra, recibiréis fuerza. Cualquiera sea la mala práctica, la pasión dominante que haya llegado a esclavizar vuestra alma y cuerpo por haber cedido largo tiempo a ella, Cristo puede y anhela libraros. El impartirá vida al alma de los que ‘estabais muertos en vuestros delitos’ (Efesios 2:1). Librará al cautivo que está sujeto por la debilidad, la desgracia y las cadenas del pecado”.—El Deseado de Todas las Gentes, págs. 172, 173.

“[Se cita Romanos 3:25, 26]. Esta misericordia y bondad son totalmente inmerecidas. La gracia de Cristo ha de justificar gratuitamente al pecador sin mérito ni pretensión de parte de él. La justificación es el perdón total y completo del pecado. En el momento en que el pecador acepta a Cristo por la fe, es perdonado. La justicia de Cristo le es imputada, y ya no ha de dudar de la gracia perdonadora de Dios”.— Reflejemos a Jesús, pág. 70.

“¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que éste no puede hacer por sí mismo”.—Testimonios para los Ministros, pág. 456.

“Justificación significa la salvación de un alma de la perdición para que pueda obtener la santificación, y por medio de la santificación, la vida del cielo. Justificación significa que la conciencia, limpiada de obras muertas, es colocada donde puede recibir la bendición de la santificación”.—Comentario Bíblico ASD [Comentarios de Elena G. de White], tomo 7, pág. 920.

“Cristo nos preparó una vía de escape. Vivió en esta tierra en medio de pruebas y tentaciones como las que nosotros tenemos que arrostrar. Sin embargo, su vida fue impecable. Murió por nosotros, y ahora ofrece quitar nuestros pecados y vestirnos de su justicia. Si os entregáis a El y le aceptáis como vuestro Salvador, por pecaminosa que haya sido vuestra vida, seréis contados entre los justos, por consideración hacia El. El carácter de Cristo reemplaza el vuestro, y sois aceptados por Dios como si no hubierais pecado”.—El Camino a Cristo, pág. 62.

“Mediante una fe viva, por medio de la ferviente oración a Dios y dependiendo de los méritos de Jesús, somos revestidos con su justicia, y somos salvados”.—Fe y Obras, pág. 71.

La Santificación

Mientras que la justificación está disponible una vez que Cristo está ministrando en el santuario, solamente cuando una persona es justificada empieza la obra de santificación, una obra de toda la vida. Con su consentimiento y cooperación, los creyentes son santificados por el Espíritu Santo, a través de la verdad, a medida que son guiados en toda la verdad. 1 Tesalonicenses 4:3; 2 Tesalonicenses 2:13; Juan 16:13; 17:17 (compárese con Salmo 119:142); Juan 8:32; 1 Corintios 15:31 (compárese con Romanos 6:6); Romanos 6:18, 22. El plan de Dios a través de la santificación es dar a los hombres y las mujeres perfecta victoria sobre el pecado en su vida. 1 Juan 1:9; Romanos 6:14; Efesios 4:23, 24; Hebreos 12:14.

“La santificación del alma se realiza contemplándolo [a Cristo] constantemente por fe como al unigénito Hijo de Dios, lleno de gracia y de verdad. El poder de la verdad debe transformar el corazón y el carácter”.—Comentario Bíblico ASD [Comentarios de Elena G. de White], tomo 6, pág. 1117.

“La santificación no es una obra de un momento, de una hora o de un día. Es un continuo crecimiento en la gracia. No hay un día en el cual sepamos cuán violento será nuestro conflicto al día siguiente. Satanás vive y está activo, y cada día necesitamos clamar fervientemente a Dios en busca de ayuda y fortaleza para resistirlo. Mientras reine Satanás tendremos que subyugar el yo, que vencer obstáculos, y esto sin tregua. No hay un punto al cual podamos llegar y decir que hemos triunfado plenamente”.—Ídem, tomo 7, pág. 958.

“No hay santificación según la Biblia para los que desechan tras sí una parte de la verdad”.—Ibíd.

“‘Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él’ (1 Juan 2:3–5). He aquí la única santificación bíblica genuina”. —The Signs of the Times, 22 de julio de 1875.

“La santificación se obtiene únicamente en obediencia a la voluntad de Dios”.—Fe y Obras, pág. 28.

“Gracias a Dios porque no estamos tratando con imposibilidades. Podemos pedir la santificación. Podemos disfrutar del favor de Dios. No debemos inquietarnos por lo que Cristo y Dios piensan de nosotros, sino que debe interesarnos lo que Dios piensa de Cristo, nuestro Sustituto. Somos aceptos en el Amado”.—Mensajes Selectos, tomo 2, pág. 37.

“Santificación significa comunión habitual con Dios”.—Comentario Bíblico ASD [Comentarios de Elena G. de White], tomo 7, pág. 920.

“Esta es la verdadera santificación; porque la santificación consiste en la alegre ejecución de los deberes diarios en perfecta obediencia a la voluntad de Dios”.—Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 294.

“Nuestra santificación es la obra del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es el cumplimiento del pacto que Dios ha hecho con aquellos que se comprometen con él, a permanecer con él, con su Hijo y su Espíritu en santa comunión. ¿Habéis renacido? ¿Os habéis convertido en un nuevo ser en Cristo Jesús? Entonces cooperad con los tres grandes poderes del cielo que trabajan en favor de vosotros”.—Comentario bíblico asd [Comentarios de Elena G. de White], tomo 7, pág. 920.

“La verdadera santificación une a los creyentes con Cristo mutuamente, con los vínculos de tierna simpatía. Esta unión hace que fluyan continuamente dentro del corazón ricas corrientes de amor semejantes a Cristo, que a su vez refluyen en amor mutuo”.—Ídem, tomo 5, pág. 1115.

“La santificación es el fruto de la fe, cuyo poder renovador transforma el alma a la imagen de Cristo”.— The Signs of the Times, 7 de junio de 1883.

La gente no tiene el poder de regenerarse a sí misma. Job 14:4. Solamente a través de la fe en los méritos y sacrificio de Cristo es que pueden ser justificados (perdonados), y sólo a través de la obra del Espíritu Santo en ellos aplicando los méritos de Cristo es que pueden ser santificados (hechos santos, o libres del pecado) (Tito 3:5). De esta manera, la mente o carácter de Cristo es implantado en el alma. La justificación y la santificación, trabajando juntas, pueden llamarse regeneración o conversión—un proceso a través del cual Cristo nos salva del pecado. Mateo 1:21 (compárese con Juan 8:11); 1 Pedro 1:22, 23; Romanos 12:2; Efesios 4:22–25; 1 Corintios 6:11; 2 Corintios 7:1; Hebreos 12:14.

Nos convertimos en hijos e hijas de nuestro Padre celestial (1 Juan 3:1):

(a) por adopción: Romanos 8:14–17; Gálatas 4:4–6; Efesios 1:3–5, y

(b) por nacimiento espiritual (conversión): Juan 1:12, 13; Hebreos 2:11; Juan 3:3, 6, 7; Santiago 1:18; 1 Juan 3:9; 5:18; Romanos 8:14.

C. EL PAPEL DE LA HUMANIDAD

La tarea de los pecadores es responder al llamado de Dios para arrepentimiento. Mateo 4:17; Apocalipsis 3:20; Hebreos 3:15 (compárese con Mateo 22:14); Marcos 2:17; Hechos 2:37, 38.

Dios los lleva a arrepentirse, y a dar paso a la influencia del Espíritu Santo cuando les llega el llamado. Hechos 5:31; Romanos 2:4.

Confiesan sus pecados a Dios, aceptan a Cristo como su Salvador personal, y reciben por la fe aquello que Cristo ha hecho por ellos (para su justificación) y aquello que Cristo quiere hacer en ellos a través de la obra del Espíritu Santo (para su santificación).1 Juan 1:9; Hechos 16:31; Hebreos 12:2; Efesios 4:22–24.

Hacen la voluntad de Dios obedeciendo sus mandamientos, no en su propia fuerza, sino en el poder recibido desde lo Alto, que es la gracia de Dios. Mateo 5:19, 20; 7:21; 19:17; 2 Pedro 1:3–11. Teniendo en la vista su propia salvación, son bautizados, velan, oran, meditan, estudian la Biblia, someten su voluntad a la voluntad revelada de Dios (Juan 7:17; Santiago 4:7), y trabajan por la salvación de otros. Marcos 16:16; 13:33–37; 2 Timoteo 2:15; Mateo 28:19, 20; 1 Timoteo 4:12–16; Colosenses 1:28, 29.

Resisten al diablo en el nombre de Cristo y por su gracia (poder). Filipenses 2:12, 13; Santiago 4:7, 8; 1 Pedro 5:6–9.

Se esfuerzan por ser vencedores. 1 Juan 3:6; Lucas 13:23, 24; Apocalipsis 21:7.

Leer Dios nos Cuida, pág. 25; Joyas de los Testimonios, págs. 289, 290; Hechos de los Apóstoles, págs. 384, 385.

Nuestras oraciones al Padre son oídas y contestadas, siempre que tengamos una adecuada relación con él a través del Hijo y del Espíritu Santo. Juan 14:13; 15:14–16; 16:23; 1 Juan 3:21–24; 5:14, 15; Apocalipsis 5:8; 8:4.

La Manifestación Exterior

“La justicia exterior da testimonio de la justicia interior. El que es justo por dentro, no muestra corazón duro ni falta de simpatía, sino que día tras día crece a la imagen de Cristo y progresa de fuerza en fuerza. Aquel a quien la verdad santifica, tendrá dominio de sí mismo y seguirá en las pisadas de Cristo hasta que la gracia dé lugar a la gloria. La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida. La primera es nuestro derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el cielo”.—Mensajes para los Jóvenes, pág. 32.

“Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos”.—Palabras de vida del gran Maestro, pág. 47.

El Poder de la Voluntad

“Cuando Cristo se humanó, vinculó a la humanidad consigo mediante un lazo que ningún poder es capaz de romper, salvo la decisión del hombre mismo. Satanás nos presentará de continuo incentivos para inducirnos a romper ese lazo, a decidir que nos separemos de Cristo. Necesitamos velar, luchar y orar, para que nada pueda inducirnos a elegir otro maestro; pues estamos siempre libres para hacer esto. Mantengamos por lo tanto los ojos fijos en Cristo, y El nos preservará. Confiando en Jesús, estamos seguros. Nada puede arrebatarnos de su mano. Si le contemplamos constantemente, ‘somos transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria, así como por el Espíritu del Señor.’ (2 Corintios 3:18)”.—El Camino a Cristo, pág. 72.

“La religión pura tiene que ver con la voluntad. La voluntad es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre poniendo todas las otras facultades bajo su dominio. La voluntad no es el gusto o la inclinación, sino el poder decisivo que obra en los hijos de los hombres la obediencia a Dios o la desobediencia”.—La Fe por la cual Vivo, pág. 156.

Una Restauración Completa

“Todo cristiano viviente avanzará diariamente en la vida divina. Al avanzar hacia la perfección, experimenta una conversión a Dios cada día; y esta conversión no es completa hasta que logra la perfección del carácter cristiano, una preparación plena para el toque final de la inmortalidad”.—La Maravillosa Gracia, pág. 291.

“No sólo el hombre sino también la tierra había caído por el pecado bajo el dominio del maligno, y había de ser restaurada mediante el plan de la redención”.—Patriarcas y Profetas, págs. 52, 53.

“Hay una obra que debemos hacer para prepararnos para la compañía de los ángeles. Debemos ser semejantes a Jesús, y estar libres de la contaminación del pecado. Él fue todo lo que requiere que seamos; fue una norma perfecta para los niños, los jóvenes, los adultos. Debemos estudiar más este modelo”.—The Review and Herald, 17 de noviembre de 1885.

D. LA PERFECCIÓN CRISTIANA

Los redimidos estarán sin imperfecciones ante el trono de Dios. Salmo 37:37; Mateo 5:48; Lucas 6:40;

Filipenses 3:15; 1 Pedro 5:10; Judas 24. Antes del fin de la prueba, todo el pueblo de Dios estará limpio de toda contaminación. A su venida, Cristo no los hará irreprensibles, sino que los “encontrará” así. Apocalipsis 7:13, 14; 14:5; 1 Corintios 1:7, 8; 1 Tesalonicenses 5:23; 2 Pedro 3:12, 14; 1 Juan 3:2, 3.

“Tenemos el favor de Dios, no porque haya mérito alguno en nosotros, sino por nuestra fe en ‘el Señor, nuestra justicia’. Jesús está en el Lugar Santísimo, para comparecer por nosotros ante la presencia de Dios. Allí, no cesa de presentar a su pueblo momento tras momento, como completo en él. Pero, por estar así representados delante del Padre, no hemos de imaginar que podemos abusar de su misericordia y volvernos descuidados, indiferentes y licenciosos. Cristo no es el ministro del pecado. Estamos completos en él, aceptados en el Amado, únicamente si permanecemos en él por fe. Nunca podemos alcanzar la perfección por medio de nuestras propias obras buenas. El alma que contempla a Jesús mediante la fe, repudia su propia justicia. Se ve a sí misma incompleta, y considera su arrepentimiento como insuficiente, débil su fe más vigorosa, magro su sacrificio más costoso; y se abate con humildad al pie de la cruz. Pero una voz le habla desde los oráculos de la Palabra de Dios. Con asombro escucha el mensaje: ‘Vosotros estáis completos en él’. Ahora todo está en paz en su alma”.—Fe y Obras, págs. 111, 112.

E. NO HAY UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

La Biblia enseña que la puerta de la misericordia —el tiempo en que se les da a los pecadores una oportunidad de obtener la salvación— no permanecerá abierta para siempre. El tiempo de prueba se terminará poco antes del regreso de nuestro Señor Jesucristo. No habrá ninguna segunda oportunidad después del fin de la prueba. Lucas 13:23–27; Mateo 7:22, 23; 25:10–13; Isaías 55:6; 2 Corintios 6:1, 2; Jeremías 8:20; Apocalipsis 22:11.

“Si Dios salvara a los hombres en la desobediencia, después de concederles una segunda prueba, poniéndoles a prueba en esta vida, ellos no considerarían su autoridad en la vida futura. Los que son infieles a Cristo en este mundo también lo serían en el mundo venidero, y crearían una segunda rebelión en el cielo. Los hombres tienen ante sí mismos la historia de la desobediencia y caída de Adán, y debido a esto deben ser advertidos contra el aventurarse a transgredir la ley de Dios. Jesucristo murió para que todos los hombres puedan tener una oportunidad de hacer segura su profesión y elección; pero la norma de justicia en esta era del evangelio no es inferior a la de los días de Adán, y el cielo será el premio de la obediencia”.—The Review and Herald, 28 de septiembre de 1897.